La alegre maquinaria del consumo

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Acabamos de finalizar la temporada navideña y como todos los años al llegar estos días de post-festejo nos invade una sensación de pesadumbre por lo mucho que hemos comido, los regalos inútiles que hemos realizado o recibido, y la sensación de que nos hemos dejado arrastrar por lo que podríamos denominar la “alegre maquinaria del consumo”.

Observando a las muchedumbres camino de sus casas cargados de innumerables bolsas repletas de mercancías variadas, sintiendo en las propias manos el peso de las mismas bolsas y viéndonos reflejados en esas miradas de excitación ante escaparates y mostradores iluminados con explosiones de luz y sonido, uno se pregunta ¿Cómo se hacen compatibles estas fiebres consumistas, que a todos nos afectan, con los planes mayestáticos para combatir el cambio climático?

Porque una cosa es solidarizarnos con los osos polares que pierden su hábitat por el deshielo del Ártico, y otra cosa es vivir de forma que no sigamos empeorando la situación.

Una cosa es llorar por la pérdida de los glaciares y otra dejar de atiborrarnos de langostinos.

En realidad, parece que a las sociedades contemporáneas lo que nos gusta es enternecernos con la tragedia del oso polar mientras vamos comiendo una buena bandeja de sushi.

No parece que seamos capaces de superar la contradicción que supone nuestro modo de vida, nuestro “estilo de vida”, y el modo de vida de los osos polares.

No parece que entendamos que si queremos osos polares vamos a tener que cambiar muchas cosas en nuestra forma de consumir y de vivir.

Cuando se habla de la “concienciación de la sociedad” en torno al cambio climático se está malentendiendo el sentido de esa supuesta concienciación.

En realidad no creo que mucha gente haya captado el matiz de que los cambios que hay que realizar no solo afectan a la forma en que producimos la energía, cambios que en el pensamiento popular afectan sobre todo a la voluntad de los gobiernos y a la resistencia de las empresas, sino que en realidad a donde apuntan es al problema que hemos creado por querer vivir de una forma que ahora nos parece normal pero que requiere enormes cantidades de energía y de todo tipo de recursos para materializarse.

Es nuestro modo de vida, y la aspiración de miles de millones de personas en todo el planeta a alcanzar ese mismo nivel de vida, lo que supone el gran problema

Nosotros y nuestra insaciable capacidad de consumir somos el problema.

Cuando los gobiernos y los partidos políticos se refieren a estas cuestiones lo hacen para debatir los grandes planes de inversiones, la eliminación de tecnologías obsoletas, las regulaciones sobre emisiones o los precios de la energía.

Todo ello es necesario, pero ¿Quién pone el cascabel al gato del consumo?

Naturalmente nadie. Es más, a la hora de iluminar las ciudades como es tradición desde el imperio romano, no solo no estamos controlando el consumo, sino que lo estamos incrementando de año en año llevados de un espíritu de emulación que registra incrementos ciudad a ciudad del 40% de media. (Las luces se encienden un promedio de 200 horas en el periodo que a su vez se va alargando desde principios de diciembre hasta las rebajas de enero). 

Pero la cuestión es que nadie parece ver que es incompatible sentirse “horriblemente” preocupados por el medio ambiente y “terriblemente” excitados por unas navidades ultra iluminadas y consumistas.

Nuestros hábitos y nuestro propio marco cultural están tan centrados en la idea del consumo por el consumo, de la compra no para cubrir necesidades sino como actividad que tiene sentido en sí misma y que solo cubre la propia necesidad de comprar, que parece una tarea titánica reconducir nuestros impulsos y pulsiones consumistas hacia la moderación, para que hablar de la austeridad.

Si esto es así, y todo parece indicar que lo es, la única salida de esta cuadratura del círculo sería la de encontrar fuentes seguras y constantes de energía abundante, barata y limpia.

Siendo como somos parece mucho más prudente confiar en la tecnología para encontrar esas fuentes de energía  que en un cambio del ser humano y su inagotable ansia por consumir.