Los avances en el proceso de transición energética han sido notables en los últimos meses, centrándose el trabajo y la intervención de las políticas y la regulación sobre las tecnologías, las inversiones y los calendarios de des-carbonización. Sin embargo, elementos igualmente relevantes que los anteriores como la ‘salud’ de los actores de dicha transición (desde los productores de energía hasta los distribuidores, pasando por los sectores afectados, las redes e infraestructuras y por supuesto los clientes-consumidores) quedaron en un segundo plano, dando por hecho que tendrían suficiente capacidad tecnológica, económica (condicionada a las ayudas que cuentan con recibir y anunciadas a bombo y platillo por las autoridades nacionales y europeas) y financiera para sostener la reconversión energética.
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