Soberanía energética y diversificación de la oferta de gas: el caso de España

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El mercado del gas a nivel global y muy especialmente la posición de España tanto a nivel regional como internacional, han cambiado de una manera extraordinaria, y algunos de estos cambios se han intensificado con motivo de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus. Uno de ellos es la necesidad de fortalecer la soberanía energética, asegurando las importaciones de energía para mantener correctamente suministrada a la demanda y fortaleciendo las reservas estratégicas ante una crisis cuya duración es todavía incierta.

En este marco, España juega un papel estratégico de enorme calado en Europa, ya que una buena parte del gas natural que se consume en el continente europeo, especialmente Alemania, Polonia y gran parte de Centroeuropa, procede de Rusia y, por tanto, introduce una complejidad enorme ya que Europa está dependiendo de uno de sus principales enemigos geopolíticos y una de las potencias que más desea desestabilizar el continente europeo.

Por tanto, el papel de España como enclave estratégico tanto en la recepción de gas procedente de diversos orígenes como el tratamiento y distribución hacia Europa, vuelve a tomar un importante impulso pero con dos cambios esenciales: por un lado, el cambio de la cartera de proveedores de gas hacia España y, por otro lado, el tipo de fluido que se está comprando. 

En primer lugar, la cartera de proveedores se ha diversificado en medio de la crisis de los mercados de materias primas energéticas (con caídas muy pronunciadas tanto de los precios del petróleo como de los precios del gas), la cual ha obligado a los productores a buscar nuevos canales de venta y a ello también ha ayudado decisivamente el avance tecnológico en el transporte y transformación del gas. En este sentido, España ha pasado de tener una gran dependencia del suministro de gas procedente de Argelia, el cual venía canalizado por dos gasoductos – el Medgaz y el Magreb-Europa que conecta Tánger con Zahara de los Atunes (Cádiz) – a encontrar nuevos proveedores fundamentalmente provenientes de Estados Unidos vía barcos que transportan el gas natural de forma licuada (GNL). Esta sustitución de proveedor mayoritario ha sido posible gracias al levantamiento en Estados Unidos de la prohibición de exportar petróleo y gas en diciembre de 2015 tras 40 años vigente. Desde ese momento, Estados Unidos se ha colocado como una de las principales potencias de producción de materias primas energéticas a nivel global.

Esto, en segundo lugar, ha provocado el cambio del tipo de gas que se consume, pasando de ser mayoritariamente gas canalizado a ser gas licuado (el 70% del gas importado por España en junio fue licuado frente a un 30% canalizado según la Corporación de Reservas Estratégicas CORES) y, de esta forma, se flexibiliza la llegada del gas a puntos tanto de la Península Ibérica como de la Europa continental donde antes no había una interconexión física robusta. Precisamente, países europeos como Italia u Holanda están desarrollando instalaciones portuarias para almacenamiento de gas, planteando una competencia seria a España en su papel de ‘hub’ que ayude a fortalecer la soberanía energética europea, reduciendo la dependencia energética del Este y de Asia.

Esto tiene varias consecuencias para España: en primer lugar, se está reduciendo la factura del gas lo cual repercute de manera positiva para la factura de la luz y, en conjunto, la factura energética que paga la economía española. En segundo lugar, se está incrementando el uso en términos porcentuales del gas frente a otros combustibles fósiles en plena oleada de reformas para la transición energética tanto en generación eléctrica como en movilidad, entre otros; y, por último, estimula las exportaciones especialmente a Francia pero revelando uno de los principales problemas de la Península Ibérica que es su carácter de “isla energética” y, por ello, la necesidad de incrementar las interconexiones físicas con el resto de Europa.