Aranceles de carbono en frontera: el diablo está en los detalles

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La industria europea está haciendo un enorme esfuerzo en la transición hacia una economía libre de emisiones, en línea con los ambiciosos objetivos que va marcando la Unión Europea. Innovación, tecnología y grandes inversiones están logrando, poco a poco, que muchas empresas de la UE se estén convirtiendo en una referencia de la transición energética. 

Sin embargo, todo esto sirve de poco cuando estas mismas empresas compiten en un terreno de juego desequilibrado, con otros competidores globales a los que les importa mucho menos las emisiones a la atmósfera. La progresiva mayor ambición de los objetivos medioambientales de la UE, que no compartan otras regiones del problema, está acentuando la disparidad de criterios, y el problema de competitividad de las empresas de la UE. Y si nos centramos solo en la lucha contra el cambio climático, no hay que olvidar que los 27 son solo responsables del 9% de las emisiones de efecto invernadero. 

Por eso resulta lógico que la Unión Europea haya propuesto este mes de julio, en su paquete legislativo climático ‘Fit for 55’ la imposición de aranceles de carbono en frontera, CBAM por sus siglas en inglés (Carbon Border Adjustment Mechanism), concretando una propuesta en la que ya llevaba muchos meses trabajando.  

Pero ya se sabe que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Si la UE no hila fino en su medida, causará más mal que bien, tanto a la lucha contra el cambio climático como a las compañías europeas. 

Como reseñaba recientemente un artículo editorial de la revista británica The Economist (‘Los aranceles de carbono en frontera son defendibles pero implican grandes riesgos’), los problemas con los mercados de emisiones no son de orden teórico o moral, y hay buenas razones para aplicar esas medidas a las importaciones de países que no tienen la misma exigencia ambiental que la UE. Además el arancel desincentiva a las empresas europeas en su política de desviar producción a países donde contaminar sale mucho más barato. 

La clave no está en el qué, sino en el cómo

Uno de los grandes problemas es que parece que la Comisión estudia un recorte sustancial de la asignación gratuita para los sectores cubiertos por la CBAM. Así, mientras que las empresas europeas tendrían que asumir la totalidad de sus costes de carbono para el 100% de su producción, las instalaciones de terceros países sólo estarían sujetas a la CBAM para la parte de su producción que exportasen a la UE. Podrían seguir compitiendo con las empresas europeas en terceros mercados en una posición aún más ventajosa.

Una manera de afrontar este problema, teniendo siempre muy presente el problema de las emisiones, sería evitar la disminución abrupta de los niveles de asignación gratuita en los sectores afectados, como el acero, el aluminio y el cemento. Además, se necesitarían medidas de apoyo a las exportaciones de las empresas de los sectores afectados y estrechar el cerco para impedir que los productores extranjeros esquivan los requisitos de la UE. Es también necesaria una labor diplomática y política de alto nivel, que lleve a un compromiso global por la economía libre de emisiones. 

El debate es complejo y viene ya de lejos. El artículo 6 del Acuerdo de París ya hablaba de un acuerdo internacional para establecer un mercado de emisiones, pero solo la UE parece habérselo tomado en serio. Ahora quiere avanzar con más determinación, pero tiene que medir bien cada paso que da.